La miré con un disimulo tan malo que ella se hizo la
desentendida ante el asombro que me causó su comentario al amor libre.
Rápidamente pensé en retrospectiva, hacia la época en donde las drogas y el
pregón de hacer el amor y no la guerra hacían sucumbir a los espíritus libres
de jóvenes ataviados en ropajes multicolores y largas cabelleras.
Se levantó junto a su amiga, saliendo de la cafetería
comenzó a caminar por la avenida, yo apuré mi último sorbo de café, pagué y
comencé seguirlas. El contoneo de sus pronunciadas caderas cuadraba perfectamente con
los latidos de mi corazón, no podía apartar de mi mente sus carnosos labios,
sus ojos de fuego esmeralda y la redondez perfecta de sus pechos que se
asomaban inescrupulosamente por su escote.
Fotografía tomada
de Blog Mujer y Femineidad
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Ingresó a una tienda por departamentos, entré, una amable joven
de fresca sonrisa me franqueó la entrada interrogando gentilmente sobre lo que
buscaba, sin saber que decir y tomado por sorpresa señalé hacia donde se
encontraba la mujer que había logrado con su encanto fascinar mis sentidos, se
apartó y comencé a caminar hacia el quiosco de perfumería, mientras avanzaba
intenté serenar mis emociones, calmar mis latidos y controlar la incesante
ansiedad que me hacia sudar y caminar torpemente:
- Buen día - me escuché decir. - ¿Tienes algún aroma
que pueda atraer las chicas hacia mí? - Sonreí por mi ocurrencia.
Me miró de pies a cabeza con una sonrisa danzando en
sus labios. Sabía quién era yo y al sentirme descubierto me sentí cohibido.
Tomó un frasco de la estantería y roció un poco en el
aire mientras me atrajo hacia ella halándome del brazo sin darme tiempo a
reaccionar. Puso su rostro tan cerca del mío aspirando en mi cuello la esencia
esparcida, tomando mi miembro entre sus manos, una, dos, tres pulsaciones de mi
inquietud dormida... me susurró despacio al oído:
- ¿Atraídas así?
Al tener su rostro tan cerca del mío y sentir el aroma
dulce de su piel, mi cuerpo se estremeció por completo, por un instante perdí
la voluntad pero en un arranque de locura tomé su rostro entre mis manos y le
estampé un beso tierno, prolongado, sin presionar demasiado sus labios, apenas
abriendo mi boca para evitar que mi lengua empujada por la pasión descontrolada
buscara la intimidad de la suya. Ella mordió débilmente mi labio inferior
correspondiendo a mi arrebato.
Instintivamente miré a mi
alrededor para corroborar que nadie nos viera, ella, hizo lo mismo pero
buscando un lugar más privado, ambos convergimos en el mismo punto en determinado
momento, los vestidores de la tienda.
Aquella que profesaba practicar el amor libre me tomó de la mano
y me arrastró hacia los pequeños habitáculos.
Yo la seguía lleno de emociones y desprovisto nuevamente
de toda voluntad y de la capacidad de razonar, ella ejercía un influjo casi
sobrenatural en mi pues desde que la vi, hipnotizó cada célula de mi cuerpo con
su rítmico andar, no conocía siquiera su nombre...
Al correrse el pestillo se relajaron las emociones
desbocándose en un torbellino de lujuria contenida hasta ese momento en el
cuerpo de mi exuberante fascinación traducida en mujer. Pero… ya en la
intimidad se renovaron mis votos de macho y tomé el control del momento.
La así de sus muñecas empujándola levemente hacia la
pared y literalmente me comí su boca a besos, ella pegó su cuerpo al mío
dejándome sentir la exquisita firmeza de sus pechos cuyos pezones amenazaban
con romper la barrera textil que los contenía.
Fue una invitación a mis sentidos, los tomé con la
delicadeza de la lluvia que comienza con ligeras gotas, desabotonando su blusa
y desnudos por encima de su sostén, mi lengua se deleitó escalando desde su
base hasta su rosada corona, dibujando pequeños círculos en sus puntas llegando
después a succionar tan delicioso manjar, mientras tanto, mis manos rozaban su
centro de gravedad emocional bajo su falda derrotando la fuerza de sus piernas
al sentir como se flexionaban por momentos.
Mis dedos traviesos hicieron a un lado su ropa
interior e incursionando entre sus pliegues “lamían” con sus yemas su clítoris
excitado ya por la caricia.
Liberada de sus manos, recorrió mi espalda, me tomó de
los cabellos y empujaba con fuerza mi cabeza entre sus pechos mientras
escapaban de sus labios pequeños gritos…
Fue empujando con fuerza mi cabeza hacia el sur, en el
recorrido besé la piel hasta su vientre, encontrándome con su intimidad
perfectamente rasurada. Mis labios tomaron los suyos, chupando con placer la
suave piel de su sexo, mi lengua comenzó a recitar el alfabeto en su clítoris
conjugando gozo y pasión en una sola palabra, mis brazos abrazaban sus caderas,
posando alegre sobre sus nalgas mis manos trémulas.
Me levanté rápidamente y desnudando mi miembro, erecto
y húmedo por todas las sensaciones que le remitía mi cerebro, fui introduciéndolo
lentamente, gozando cada centímetro hacia su interior, ella reprimió un grito y
se ahogó en un suspiro. Nuestras caderas comenzaron una danza suave, en un
vaivén subido sobre una melodía que solo ella y yo podíamos escuchar, el ritmo
fue haciéndose más rápido, sus piernas sobre mi cadera se mecían frenéticamente
en cada embestida la cual ya no disimulábamos con ligeros empujes sino, que
cabalgaba libre montada sobre nuestras ansias. Sus manos arañaban mi espalda,
su boca besaba mi cuello, mis labios, mis orejas, mis manos asidas a sus
caderas acentuaban más los movimientos atrayéndolas hacia mí y empujándolas
contra el espejo del vestidor.
El grito de su orgasmo inundó el salón de la planta
baja y lentamente fue recobrando el control de su respiración, pausada,
relajada, al mismo tiempo, yo sentí explotar llenando su vientre con la savia
de mis deseos cumplidos y la abracé durante un rato, ella quiso bajar y besar
mi miembro vencido, con una sonrisa pícara bailando en sus labios.
Acomodándose la falda y abotonando su blusa salió del
vestidor no sin antes besar su dedo índice y depositarlo en mis labios.
Nos hemos visto en varias ocasiones y seguimos sin
conocer nuestros nombres, me gusta hacerle sentir en público que ella con su
declaración de amor libre es dueña del momento aunque en la intimidad sabe que
son mis ganas la que se apoderan de la situación sin coartar sus derechos
pasionales. Quiero decirle que la amo pero esperaré a que se rompan un poco sus
pensamientos feministas, total, ella liberal, yo, recatado ¿A quién hace daño
eso?
Derechos Reservados
Jose Manuel Zapata
San Pedro Sula, Honduras
Enero 29, 2016
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